por El Abuelo Libertario
Solían decir aquellas gentes de
tiempos pasados: “Segundas partes nunca fueron buenas”. Y así vimos como un rey
sucedía a otro y el otro era peor, como un presidente, un ministro, un juez, un
Bulevar, una Plaza de Toros, una democracia a otra democracia… Todos sucedían a
todos y en el mundo, en el barrio, en las casas y en las mentes las cosas no iban
a mejor.
Así, siglo a siglo el ser humano va llorando sus penas de bar en bar, de
cocina a cocina, esperando al próximo Mesías. Y llegó la ilusión, la esperanza,
la chaqueta de pana, la mochila, se convoca al ganado electoral (o sea a
nosotros), es la llamada a los electores que resuena a través del espacio:
Votad por Fulano, votad por Tal, votad
por Pascual. Carteles multicolores asaltan las esquinas, radios y televisiones
sacan al Mesías que nos hablan del candor, del talante, de la honradez, de
promesas, de felicidad. El ganado Televidente comenta la fuerza del cayado del
Uno, el latigazo del Otro, la habilidad crapulosa de Tal y los estruendosos
arrebatos de Pascual.
El ganado (o sea nosotros) calibramos también el valor de las promesas
hechas; no porque ignoremos que nunca se mantienen, sino para darnos un poco de
ilusión. La luna, la felicidad, la disminución de los impuestos, la libertad
son otras tantas quimeras en las que no se cree pero en las que parece buena
cosa fingir que se cree todavía. Y seguimos corriendo, llenamos los estadios,
corremos a las salas, a las citas, escuchamos religiosamente al candidato de
turno que corta rodajas de felicidad y despacha paquetitos de reforma. Abre su
bocaza:
“Las alondras te caerán ya asadas en la boca; tu cuchitril se
trasformará en palacio; tendrás una renta a treinta años”, dice el candidato. “¡Pero
qué bien habla este hombre! Son mentiras lo que nos cuenta, pero nos hace bien
creer por un momento que son verdades”.
En ocasiones, ocurre que otro candidato interrumpe para decir: “Eso no
es exacto: las alondras te caerán ya cocidas en la boca”. Y nosotros (el
ganado) seguimos atentos el apasionado debate: “¿Cocidas o asadas? ¿Cómo
estarán cocidas esas alondras que no comerá?”
Entonces, cuando están sumidos en el sueño, una voz interrumpe
brutalmente, sin preocupaciones oratorias, a los charlantes: “Las alondras no
te caerán ni asadas ni cocidas en la boca, atontado. Y si alguna vez cayeran ya
cocidas, sería, gracias a tu estupidez, en la boca de los candidatos”.
Enseguida vienen los gritos, las vociferaciones: “¡A muerte matadlo! ¡A
por él! ¡Provocador! ¡Agente de la reacción! ¡Amarillo!”. Aquel que quiere
lanzar la verdad se ve rodeado, zarandeado; se alzan los puños sobre su cabeza,
le escupen a la cara, lo expulsan. Y tranquilo, el prometedor sigue ofreciendo
el paraíso, ofreciendo la felicidad al pormenor, y el ganado electoral (o sea
nosotros) volvemos a soñar despiertos, bebiendo el decepcionante vino de la
esperanza.
Dentro del rebaño (o sea nosotros) habrá unos pocos que no quieran
votar, pero aquellos que voten elegirán a un amo, dirán, el cual será,
querámoslo o no, también nuestro amo, construirá vallados tras los cuales se
encierra y quieran encerrarnos, que nombra a los amos que lo dirigirán y
quieran dirigirnos.
Tales vallados son las leyes.
Tales maestros, los legisladores. Y esos pocos pasarán por la vida intentando
dispersar al viento el estiércol en el que crecen los diputados, el estiércol
electoral.
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