lunes, enero 25, 2016

La autodeterminación no es más democracia.

por TITOS

Nos atosiga la pregunta de cómo podemos salir de este fango en el que nos hemos metidos con el tema de los nacionalismos y las autodeterminaciones como lema de programas políticos, ahora se reviste con el eufemismo de “derecho a decidir” para darle unos ribetes de democracia, como si esta práctica política de convivencia solo se alentara con sucesivos ejercicios al voto. Con más firmeza que en cualquier otro sistema, la democracia debe dotarse de unos principios morales donde los derechos humanos delimiten acciones y de unas leyes que prefijen unos procedimientos y sustancien el Estado de derecho. Sin esta normativa, la práctica del voto puede constituirse en otra tiranía. 

La agitada historia de España –posiblemente otros países también hayan tenido otra historia convulsionada por otros motivos- ha impedido armonizar la relación entre distintos territorios. Se ha vivido o vive a España como un problema, como diría Laín Entralgo. Tráiganme lo mejor de cada región y lo hagamos extensible a las demás, decía Emilio Castelar. En todo este entablado es difícil definir el término nación para aglutinar territorios o, como quieren otros, diferenciar regiones. Más que una disquisición conceptual vale la acepción de nación como unos hechos: el tiempo histórico trascurrido de unas relaciones preferentes de vecindad/comunidad con un sistema institucional y jurídico común hasta alcanzar unos comportamientos solidarios a través de unas contribuciones igualitarias en una agencia tributaria que las recauda y distribuye. 

Es absurdo volver a los remedos del siglo XIX -y, desde punto de vista de la izquierda, nada progresista- cuando surgieron los brotes de los diversos nacionalismos que todavía siguen atizando los fuegos de nuestros hogares. En el primer tercio de siglo se alentó el nacionalismo desde el foralismo carlista y el caciquismo asentado en los municipios, promovido por la vieja aristocracia terrateniente y eclesiástica que veían peligrar sus privilegios y su ideario. Andando el tiempo esas mismas clases, asentadas en economías de trasformación o de extracción, fomentan un espíritu patriótico o nacionalismos locales que, además de potenciar sus intereses ante gobiernos centrales, les servía bien como eslóganes que inciden en el individuo para transferirle un sentido grupal y de identificación local, se contrarresta de este modo mensajes del internacionalismo proletario que se difundían desde ámbitos contrapuestos. Es más, el nacionalismo contiene ciertos tintes étnicos que contribuye a segmentar el mercado de trabajo entre los nativos y los advenidos de fuera, dividir el movimiento obrero. Ejemplo de ello se puede observar en los escritos de Sabino Arana o recordar las etapas del pistolerismo catalán. 

Cabe la pregunta de qué hace la izquierda fomentado los nacionalismos, desde esas alianzas contra natura hasta la misma defensa de la autodeterminación. Hay unos ejes básicos que son la raigambre de la misma izquierda: la libertad, la igualdad y la fraternidad. En cualquiera de ellos no caben los nacionalismos, desde ninguna consideración, pues se caracteriza por contenidos individualistas, egoísmo regional, sentirse diferentes para arrogarse el derecho a crear un ámbito privativo, complejo de personalidad singular rayano en el racismo –baste coger frases de Artur Mas sobre lo trabajadores que son y los vagos los demás o de Pujol sobre la preminencia de su Rh-. Lo de derecho a decidir en esta ocasión tampoco se observa mayor libertad, pues debe observarse unas reglas y un respeto al otro y conforme al dictamen sobre la secesión de Quebec del Tribunal Supremo, que se considera referente de jurisprudencia al nivel de Derecho Internacional en este caso, los pueblos deben alcanzar la autodeterminación en el marco del Estado existente al que pertenecen. Un Estado cuyo gobierno representa el conjunto del pueblo o de los pueblos residentes sobre su territorio. Por lo tanto no vale la decisión parcial de una región, sería injusto porque durante años se han creado unos lazos económicos, unas trasferencias y círculos de plusvalías que no importan la localización siempre que se hayan mantenido comportamientos de compensación solidaria, si se rompen en un momento puede comportar un agravio. Tal y como es España en este momento es un resultado de todos y en cada uno de los rincones tenemos derechos todos.

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