jueves, abril 26, 2012

Hacia la contextualización de la situación política, económica y social


El Perdigón reproduce  este artículo aparecido en  la revista ¡Rebelaos! por su buena redacción  y donde hace un repaso a la verdadera realidad  mundial y el peso de Europa en estos momentos.

En las actuales condiciones, en que  todo a nuestro alrededor parece estar volviéndose inseguro, impredecible e incluso  inquietante, y cuando muchas personas tienden a desarrollar estados de ansiedad respecto al futuro, tenemos que estar de acuerdo en  que lo parcial, incluso si es en sí apropiado,  resulta insuficiente.
Necesitamos una reflexión sobre el conjunto, para ir avanzando en la tarea de alcanzar una comprensión de la situación lo más  exacta posible, que aún no tenemos, y fijar  sobre ella una estrategia y unos planes de  actuación realistas a la par que revolucionarios.
Para comenzar, se ha de comprender que el  largo, y también destructivo e incluso terrible, periodo de
bienestar y prosperidad que  se ha dado en Occidente en los últimos decenios, se ha terminado. La crisis económica actual es mucho más que una disfunción  coyuntural de la vida económica, al estar  originada por numerosas causas, varias de  ellas determinantes. No habrá vuelta al trastornado consumo de hace años, ni al deshumanizador asistencialismo estatal a colosal  escala. 2008 marca un antes y un después.
 Nos estamos adentrando en una época de  crisis sistémica, de desarticulación social  creciente, de interrogantes cada día más  acuciantes sobre el futuro, de anuncios de  catástrofe también en los medios más moderados. Se está comenzando a hablar, con  referencias a lo que está hoy sucediendo, de  la crisis del siglo XIV también, ese misterioso acontecimiento histórico que mató entre  un tercio y la mitad de la población europea  en poco más de medio siglo…
Occidente declina ante las potencias ascendentes, China en primer lugar, ya casi no  puede hacerles frente en el terreno económico, pronto tampoco en el tecnológico.
Una solución está en un nuevo reparto del  mundo por procedimientos militares, en una  guerra planetaria más, que sería la cuarta en  un siglo. La militarización asciende, no sólo  de EEUU sino de China, Irán, Japón, India,  Brasil, Rusia, Arabia Saudí, Australia… La  UE pretende seguir en su limbo particular,  dedicada a gozar, cada día más decadente y  corrompida, pero ya no es posible. Despreciada por las nuevas potencias ansiosas de  botín, que desean quedarse con los despojos,  no podrá seguir mucho tiempo como está.

Las grandes guerras se empiezan a planificar  y a preparar bastante antes de ser declaradas. Ahora estamos en esa fase. Una nueva  carrera de armamentos, como no se conocía  desde hace decenios, ha sacudido el planeta,  sobre todo el área del Pacífico en 2011, y es  posible que 2012 sea aún peor. La base es  el enfrentamiento económico EEUU-China.  Se buscan, e incluso construyen, nuevos  aliados, promoviendo hasta “revoluciones”  de pega.

En realidad, se lleva bastante preparando  el nuevo escenario, por ejemplo, con la incorporación desde 1989 de las mujeres al  ejército español, en el que están alcanzando  empleos cada día más importantes. Eso va  a permitir, en caso de movilización general, aportar quizá hasta 800.000 reclutas femeninas al ejército, entre 18 y 50 años, lo que es  decisivo dado lo escuálido de la demografía  peninsular y europea. Para eso el gobierno  del PSOE creó el Ministerio de Igualdad,  hoy Subsecretaría de Estado.
El Estado policial sigue progresando, con pretextos muy bien escogidos, “proteger” a  este o el otro sector, grupo o género, siempre para otorgar más “seguridad al ciudadano”, por supuesto. Lo cierto es que la militarización en ciernes así como el creciente  desbarajuste social exigen un orden policial  cada vez más perfecto.
De gran interés es la crisis política del régimen parlamentario y partitocrático. La  legalidad de la Constitución española de  1978 suscita un rechazo en auge, de ahí la  emergencia de propuestas reformistas (se  reforma lo que se desea conservar robustecido), incluso preconizando el inicio de un  nuevo proceso constituyente. Ampliar la crisis del régimen político concreto es de enorme importancia, exponiendo la verdad sobre  lo que el parlamentarismo es, en todas sus  formas, como un sistema político dictatorial,  antipopular y no participativo por esencia.


En 2012 se cumplen además los 200 años de  la Constitución española de Cádiz, promulgada en 1812, el inicio del actual sistema  político. El rechazo de los fastos del Bicentenario, carísimos en un país arruinado, es obligado.

Empero, quedarse en el mero análisis económico y político sería falsear la realidad y dañar psíquicamente aún más al sujeto medio.  Por eso, conviene rechazar el economicismo  y el politicismo. Si se mira en torno se observa que todo se está desintegrando, todo,  no sólo la economía: las formas naturales  de convivencia, las relaciones entre las personas, el aprecio por la verdad, la honradez  básica, la vida cultural, la estabilidad psí- quica del individuo, la calidad y habilidades  del sujeto, el sistema de valores, el uso del  lenguaje, la cultura como autoconstrucción  del yo e incluso el ser humano en tanto que  entidad física, acosado por una mala salud  crónica y un número creciente de patologías.

Se nos dijo que Occidente, que Europa,  gracias a su poder económico, potencial  tecnológico, educación de masas, parlamentarismo (ellos lo denominan “democracia”)  y Estado de bienestar estaba más allá de  toda regresión fundamental. Nos engañaron: ahora resulta que no hay recursos, la persona media está más embrutecida y entontecida que nunca, la economía no es competitiva, lo europeo es causa de mofa por todo el  planeta y, además, los atributos propios de  lo humano se pierden. Las sociedades otrora  opulentas toman el aspecto de una inmensa  granja donde seres con apariencia humana compiten entre sí con furor vengativo por la  diaria ración de bazofia.

Nada funciona bien, ninguno es como debiera. Nadie está dispuesto a batirse por  ideales. En nadie se puede confiar y nadie  asume responsabilidades. La abulia, cobardía e irreflexión campean por doquier. Vivimos como seres sin espíritu, mera suma de  apetitos fisiológicos y flojedad anímica. El  dinero y el ansia de goces son las únicas motivaciones. La libertad no cuenta y el Estado,  junto con la gran empresa capitalista, lo domina todo. Estamos ante una gran crisis de  la civilización y una inmensa declinación de  lo humano, además de un colosal desplome  de la libertad.

Esta situación no es nueva, ni mucho menos.  Hace mucho que Occidente ha perdido su  cultura, que carece de valores, que es meramente una inmensa masa descompuesta  que sólo desea pan y circo a costa del medio  natural y del Tercer Mundo. Vivimos desde  hace mucho sin ideas, sin convicciones, sin  alma, como seres puramente fisiológicos. Y  de eso tenemos que sentirnos culpables y  responsables, pues a estas alturas ya no valen victimismos.

Salvar la esencia humana concreta, que se  pierde al parecer sin remedio, es la gran  cuestión de nuestro tiempo. Eso exige una  revolución integral.

Hace ya mucho, mucho, que Europa no  conoce proyectos de transformación total  suficiente del orden constituido concebido  como un todo, como base económica, sistema político, relaciones interpersonales,  cosmovisión, ímpetu ético y esfuerzo por  la verdad. Hemos tenido infinitos planes y  planecillos para vivir mejor bajo el sistema,  bajo el capitalismo, salidos de ese vientre  hiper-fértil que es la socialdemocracia.

Esto ya no puede mantenerse. Ahora necesitamos pensar la totalidad, ser holísticos,  porque la realidad hoy es eso, total. Lo que  podía ser disculpable hace sólo cinco años  hoy no lo es puesto que la situación ha dado  un giro radical y hemos entrado en un tiempo nuevo, más tenso, más complejo, más  duro, más exigente, más lleno de angustias  pero sobre todo más rico en oportunidades  de cambio integral.

Necesitamos una comprensión exacta de la  realidad actual, una estrategia y unos planes  de acción para la etapa en que nos estamos  adentrando, que combinen la construcción  en la base de nuevas estructuras, nuevo tejido social y nuevas relaciones con la necesaria, de un modo u otro, participación  consciente en los grandes problemas de  nuestro tiempo, de los que ya nadie, aunque lo desee, puede quedarse al margen. Si  en un par de años hacemos lo suficiente en  esa dirección podremos intervenir con energía y poder transformador en las decisivas  cuestiones puestas sobre la mesa en el siglo  XXI por la marcha de la historia.

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