El Perdigón reproduce este artículo aparecido en la revista ¡Rebelaos! por su buena redacción y donde hace un repaso a la verdadera realidad mundial y el peso de Europa en estos momentos.
En las actuales condiciones, en
que todo a nuestro alrededor parece
estar volviéndose inseguro, impredecible e incluso inquietante, y cuando muchas personas tienden
a desarrollar estados de ansiedad respecto al futuro, tenemos que estar de
acuerdo en que lo parcial, incluso si es
en sí apropiado, resulta insuficiente.
Necesitamos una reflexión sobre
el conjunto, para ir avanzando en la tarea de alcanzar una comprensión de la
situación lo más exacta posible, que aún
no tenemos, y fijar sobre ella una
estrategia y unos planes de actuación
realistas a la par que revolucionarios.
Para comenzar, se ha de
comprender que el largo, y también
destructivo e incluso terrible, periodo de
bienestar y prosperidad que se ha dado en Occidente en los últimos
decenios, se ha terminado. La crisis económica actual es mucho más que una
disfunción coyuntural de la vida económica,
al estar originada por numerosas causas,
varias de ellas determinantes. No habrá
vuelta al trastornado consumo de hace años, ni al deshumanizador
asistencialismo estatal a colosal
escala. 2008 marca un antes y un después.
Nos estamos adentrando en una época de crisis sistémica, de desarticulación
social creciente, de interrogantes cada
día más acuciantes sobre el futuro, de
anuncios de catástrofe también en los
medios más moderados. Se está comenzando a hablar, con referencias a lo que está hoy sucediendo,
de la crisis del siglo XIV también, ese
misterioso acontecimiento histórico que mató entre un tercio y la mitad de la población
europea en poco más de medio siglo…
Occidente declina ante las
potencias ascendentes, China en primer lugar, ya casi no puede hacerles frente en el terreno
económico, pronto tampoco en el tecnológico.
Una solución está en un nuevo
reparto del mundo por procedimientos
militares, en una guerra planetaria más,
que sería la cuarta en un siglo. La
militarización asciende, no sólo de EEUU
sino de China, Irán, Japón, India,
Brasil, Rusia, Arabia Saudí, Australia… La UE
pretende seguir en su limbo particular,
dedicada a gozar, cada día más decadente y corrompida, pero ya no es posible.
Despreciada por las nuevas potencias ansiosas de botín, que desean quedarse con los
despojos, no podrá seguir mucho tiempo
como está.
Las grandes guerras se empiezan a
planificar y a preparar bastante antes
de ser declaradas. Ahora estamos en esa fase. Una nueva carrera de armamentos, como no se conocía desde hace decenios, ha sacudido el planeta, sobre todo el área del Pacífico en 2011, y
es posible que 2012 sea aún peor. La
base es el enfrentamiento económico
EEUU-China. Se buscan, e incluso
construyen, nuevos aliados, promoviendo
hasta “revoluciones” de pega.
En realidad, se lleva bastante
preparando el nuevo escenario, por
ejemplo, con la incorporación desde 1989 de las mujeres al ejército español, en el que están
alcanzando empleos cada día más
importantes. Eso va a permitir, en caso
de movilización general, aportar quizá hasta 800.000 reclutas femeninas al
ejército, entre 18 y 50 años, lo que es
decisivo dado lo escuálido de la demografía peninsular y europea. Para eso el gobierno del PSOE creó el Ministerio de Igualdad, hoy Subsecretaría de Estado.
El Estado policial sigue progresando,
con pretextos muy bien escogidos, “proteger” a
este o el otro sector, grupo o género, siempre para otorgar más
“seguridad al ciudadano”, por supuesto. Lo cierto es que la militarización en
ciernes así como el creciente
desbarajuste social exigen un orden policial cada vez más perfecto.
De gran interés es la crisis
política del régimen parlamentario y partitocrático. La legalidad de la Constitución española
de 1978 suscita un rechazo en auge, de
ahí la emergencia de propuestas
reformistas (se reforma lo que se desea
conservar robustecido), incluso preconizando el inicio de un nuevo proceso constituyente. Ampliar la
crisis del régimen político concreto es de enorme importancia, exponiendo la
verdad sobre lo que el parlamentarismo
es, en todas sus formas, como un sistema
político dictatorial, antipopular y no
participativo por esencia.
En 2012 se cumplen además los 200
años de la Constitución española
de Cádiz, promulgada en 1812, el inicio del actual sistema político. El rechazo de los fastos del
Bicentenario, carísimos en un país arruinado, es obligado.
Empero, quedarse en el mero
análisis económico y político sería falsear la realidad y dañar psíquicamente
aún más al sujeto medio. Por eso,
conviene rechazar el economicismo y el
politicismo. Si se mira en torno se observa que todo se está desintegrando,
todo, no sólo la economía: las formas
naturales de convivencia, las relaciones
entre las personas, el aprecio por la verdad, la honradez básica, la vida cultural, la estabilidad psí-
quica del individuo, la calidad y habilidades
del sujeto, el sistema de valores, el uso del lenguaje, la cultura como
autoconstrucción del yo e incluso el ser
humano en tanto que entidad física,
acosado por una mala salud crónica y un
número creciente de patologías.
Se nos dijo que Occidente, que
Europa, gracias a su poder económico,
potencial tecnológico, educación de
masas, parlamentarismo (ellos lo denominan “democracia”) y Estado de bienestar estaba más allá de toda regresión fundamental. Nos engañaron: ahora
resulta que no hay recursos, la persona media está más embrutecida y
entontecida que nunca, la economía no es competitiva, lo europeo es causa de
mofa por todo el planeta y, además, los
atributos propios de lo humano se
pierden. Las sociedades otrora opulentas
toman el aspecto de una inmensa granja
donde seres con apariencia humana compiten entre sí con furor vengativo por
la diaria ración de bazofia.
Nada funciona bien, ninguno es
como debiera. Nadie está dispuesto a batirse por ideales. En nadie se puede confiar y
nadie asume responsabilidades. La
abulia, cobardía e irreflexión campean por doquier. Vivimos como seres sin
espíritu, mera suma de apetitos fisiológicos
y flojedad anímica. El dinero y el ansia
de goces son las únicas motivaciones. La libertad no cuenta y el Estado, junto con la gran empresa capitalista, lo
domina todo. Estamos ante una gran crisis de
la civilización y una inmensa declinación de lo humano, además de un colosal desplome de la libertad.
Esta situación no es nueva, ni
mucho menos. Hace mucho que Occidente ha
perdido su cultura, que carece de
valores, que es meramente una inmensa masa descompuesta que sólo desea pan y circo a costa del
medio natural y del Tercer Mundo.
Vivimos desde hace mucho sin ideas, sin
convicciones, sin alma, como seres
puramente fisiológicos. Y de eso tenemos
que sentirnos culpables y responsables,
pues a estas alturas ya no valen victimismos.
Salvar la esencia humana
concreta, que se pierde al parecer sin
remedio, es la gran cuestión de nuestro
tiempo. Eso exige una revolución
integral.
Hace ya mucho, mucho, que Europa
no conoce proyectos de transformación
total suficiente del orden constituido
concebido como un todo, como base
económica, sistema político, relaciones interpersonales, cosmovisión, ímpetu ético y esfuerzo por la verdad. Hemos tenido infinitos planes
y planecillos para vivir mejor bajo el
sistema, bajo el capitalismo, salidos de
ese vientre hiper-fértil que es la
socialdemocracia.
Esto ya no puede mantenerse.
Ahora necesitamos pensar la totalidad, ser holísticos, porque la realidad hoy es eso, total. Lo
que podía ser disculpable hace sólo
cinco años hoy no lo es puesto que la
situación ha dado un giro radical y
hemos entrado en un tiempo nuevo, más tenso, más complejo, más duro, más exigente, más lleno de
angustias pero sobre todo más rico en
oportunidades de cambio integral.
Necesitamos una comprensión
exacta de la realidad actual, una
estrategia y unos planes de acción para
la etapa en que nos estamos adentrando,
que combinen la construcción en la base
de nuevas estructuras, nuevo tejido social y nuevas relaciones con la
necesaria, de un modo u otro, participación
consciente en los grandes problemas de
nuestro tiempo, de los que ya nadie, aunque lo desee, puede quedarse al
margen. Si en un par de años hacemos lo
suficiente en esa dirección podremos
intervenir con energía y poder transformador en las decisivas cuestiones puestas sobre la mesa en el
siglo XXI por la marcha de la historia.
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