por Rufino Hernández
La niebla ha sido intensa, nos ha impedido la caminata
matinal. Cuando cruzábamos la plaza Mayor digo a Andrés:
-
Seguro que a nuestros compañeros de tertulia no les
afecta esta climatología, ya estarán en el punto de encuentro.
Efectivamente, ya tenían las mesas y sillas colocadas. Nos
saludamos y tomamos asiento. El ambiente era bullicioso.
No habían terminado los comentarios y chascarrillos, cuando
Ángel, dirigiéndose a Juan, le preguntó:
-
¿Habéis preparado algún programa para este nuevo año?
Contestó Juan.
-
¿Tú crees que vamos a hacer como los partidos
políticos, que ya han comenzado la campaña electoral? Nosotros somos una
tertulia y tenemos que discutir de nuestras cosas y de nuestro día a día, lo
que se nos ocurra.
-
Dices bien –contestó Teo– en ese día a día que tú
dices. ¿Estáis preparados para hacer los deberes hogareños el día ocho de
marzo?
-
¿Qué es eso del ocho de marzo? –Preguntó Miguel, un
tanto confuso.
-
Pues, prepárate –contestó Pedro– ese día te tocará
cocinar, fregar los cacharros y, con un poco de suerte, es posible que tengas
que utilizar la plancha; recuerda que es el día de la mujer trabajadora.
-
Buena es mi Andrea, no me deja ni acercar a la mesa una
jarra de agua, y me parece bien, es lo normal, ella es la reina de la casa, es
una mujer muy hacendosa.
-
Yo pienso igual, –apostilló Miguel– esas casas son para
las mujeres, no pensaréis que a estas alturas me tengo que poner el mandil.
A Juan se le notaba una profunda indignación, tomó la
palabra y dijo:
-
¿Cómo podéis decir lo que estáis diciendo? ¿Ya se os ha
olvidado que vuestras mujeres iban a la vendimia, a la aceituna, a escardar, a
espigar… ¿Acaso aquello era el trabajo de las mujeres? Y después os preparaban
la comida, os lavaban la ropa, ¡a mano! Os zurcían los calcetines… trabajaban
bastante más que vosotros. Además, ahora estamos jubilados, tendremos que
repartir el trabajo de la casa.
Tomó la palabra Pedro.
-
No estoy entendiendo nada, repartir el trabajo del
hogar no es cosa exclusiva del día ocho de marzo, sino de todos los días del
año, las mujeres no pueden ser nuestras esclavas, se han incorporado al mundo
del trabajo asalariado igual que los hombres, por ello tenemos que repartir las
tareas de la casa, es lo justo; ahora, como dice Julio, estamos jubilados, una
razón más para asumir estas tareas, ellas también tienen que jubilarse, les
asiste el mismo derecho.
-
Te entenderías perfectamente con mis nietas y nietos,
dicen lo mismo que tú. En la casa de alguno de mis hijos se reparten por
semanas el fregadero, el poner la mesa, el barrer y otras tareas, no hay
diferencia entre chicos y chicas. Es verdad que nosotros hemos vivido otra
cultura, otras costumbres, nos cuesta adaptarnos a estos nuevos tiempos, es
verdad que tenemos que adaptarnos. –comentó Cipri, sumido en gestos
pensativos–.
Respondió Teo:
-
Yo comprendo que estas ideas que estamos defendiendo,
hoy son una minoría en nuestro pueblo, cuando se enteren, nos van a llover
críticas por todas las partes. Esta situación nos obliga a extender estos
pensamientos igualitarios, todos tenemos que modernizarnos, fijaos a dónde
estamos llegando: la asociación de mujeres del pueblo, se denomina “Amas de
Casa”, ya el nombre nos traslada a tiempos pasados.
La sonora voz de Juan nos recuerda la hora. Nos levantamos,
cogimos nuestras ropas, y, entre risas y bromas, nos despedimos.
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