lunes, enero 03, 2022

FARSA

 

Por BISCUTER

Hay quien sostiene que el tiempo que vivimos recuerda a la República de Weimar, ese periodo de entreguerras en el que Alemania sucumbió al nazismo y se extendió por toda Europa un miedo paralizante, propiciado por la conjunción de varios acontecimientos: una crisis profunda del capitalismo desatada en el año 29, que trajo paro y pobreza; una crisis de los regímenes liberales y el ascenso de un fenómeno político, entonces nuevo, llamado fascismo. Conocemos su trágico desenlace. Hoy parece que vuelven a confluir una conjunción de crisis con un cierto aire de familia: una crisis profunda del capitalismo neoliberal; una crisis ecológica, que afecta al agotamiento de los recursos y al cambio climático; y una crisis política, por la falta de credibilidad del sistema de representación, y por la impotencia de los gobiernos, con poder cada vez más menguante, para hacer frente a los grandes retos de nuestras sociedades. Al igual que entonces, parece que las élites, al menos una parte de estas, se ven tentadas a impulsar una salida irracional, alentando a fuerzas políticas que podríamos calificar por sus postulados de fascistas 2.0, llámense trumpismo, neofranquismo o iliberalismo, según la idiosincrasia del lugar donde arraigan. Este nuevo autoritarismo no busca otra cosa que proseguir la revolución neoliberal, hasta alcanzar ese estadio superior del capitalismo que Alba Rico denomina feudalismo mafioso tecnologizado.

Necesariamente esta situación hace que nos venga a la mente esa obra clásica de Carlos Marx, titulada El 18 de brumario de Luis Bonaparte. En ella encontramos la conocida frase de que los grandes hechos de la historia se producen, como si dijéramos, dos veces: una vez como tragedia y otra como farsa. Si estuviéramos ya en la farsa, cabe preguntarse cuánto sufrimiento nos va acarrear y si va a ser breve y grotesca, como su significado literal indica.

Como un animal acorralado, el disco duro del sistema pone en marcha toda la artillería y muestra su faz autoritaria. No es algo nuevo, creo que está en su naturaleza. Cuando se ponen en cuestión la tasa de beneficio y la dinámica de acumulación, saca del cuarto oscuro esa bala de plata que es el fascismo. Con diferentes rostros, el fascismo no es un artefacto extraño al sistema, es algo que está en su ser. No hay más que analizar lo que nos pasa a nosotros. Los medios de comunicación en España son propiedad en su mayoría de grandes empresas o de caciques locales. Han tenido un papel muy importante en el ascenso y promoción de Vox, un partido a su vez financiado por algunas de las grandes fortunas del país. Esos Hormigueros y esos Movistar, dando visibilidad a sus ideas o imponiendo la censura a las críticas que se hacen a la monarquía o a Vox, son un ejemplo desgraciadamente de esta realidad.

Frente a “lo llaman democracia y no lo es” del 15 M y su deriva Podemos, las élites se han rearmado, han aceptado el reto y responden: es verdad, no hay democracia, fuera máscaras, ¡Viva el Rey, más Vox y menos rastas! Tenemos el dinero; controlamos los canales de comunicación; los jueces son de la familia y tenemos la policía del jusapol para imponer nuestro orden. La manifestación del sindicato mayoritario de la policía en contra de modificar la Ley Mordaza, una ley que viola algunos derechos civiles de la ciudadanía, es una muestra más de esa pulsión de la época. Y lo peor de todo es que no nos habíamos dado cuenta que el neoliberalismo ha devenido en una cultura que no precisa ser verificada, pues no reposa en datos, sino en creencias. Para ejemplo un botón; todos recordamos  la estampita que sacó Isabel Díaz Ayuso en las últimas elecciones de Madrid como todo programa: ¡libertad!. En España el 20% de la población con más ingresos recibe una mayor parte del gasto social directo que el 20% con menos ingresos. Los más ricos reciben casi el 30% de las ayudas sociales directas, mientras los más pobres se quedan con el 12%. La gente que sufre los efectos de este capitalismo inmisericorde y que está harta de esta condición, se deja llevar por las emociones y la rabia que alientan los medios de confusión masiva, y culpa de lo que le pasa al que está en la escala social por debajo de él, al emigrante y al pobre, o a los políticos sin distinción, al feminismo, al ecologismo, a la comunidad LGTBI  y a todas las bestias negras de la derecha más extrema. Es la jugada maestra de los verdugos, los señores de casa fuerte, los espinosa de los monteros, los abascal y ayusos, los predicadores de la buena nueva, esa libertad entendida como un club para señoritos, con palo de golf para aporrear. No es un problema local, es algo que está ocurriendo globalmente, es la historia del neoliberalismo, al que el 99% entregamos voluntariamente el control de nuestras vidas, un control ejercido por fanáticos con una percepción delirante de la realidad social. Como dice César Rendueles: “dimos carteras de economía, sueldos principescos, privilegios fiscales y un alto reconocimiento social a gente cuyo lugar natural sería un rancho en Waco rodeado por el F.B.I.”.

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