Nosotros ya tenemos la vida
hecha, nos importan las nuevas generaciones
Vivimos en el mundo de las prisas. Todo es fugaz. Las
noticias pierden su actualidad en escaso número de horas. Pasan tantas informaciones
por nuestro cerebro a lo largo del día, que pueden llevarnos a un mundo
subliminal, en el cual se pierde hasta la propia ubicación.
Prisas y más prisas, prisas que nos llevan
a estar pendientes de lo nuevo, de lo más efímero, de lo más estridente. Ya no
se usa la memoria, la sustituimos por el ordenador, por la tablet, el móvil o
por el señor google.
Lo viejo ya no se valora, se cambian muebles de
roble por ligeros conglomerados de IKEA, y graníticas piedras que cubren muchas
calles de nuestras ciudades, se cambian por relucientes baldosas.
Todo esto, en nombre de la modernidad.
Esta modernidad es una daga contra nuestros
mayores. Al terminar con su vida laboral pierden su presencia en la vida
social, hasta en la política, se les sustituye por jóvenes sin arrugas y bien
maqueados, a los jubilados se les arrincona como a muebles viejos.
Para los gobiernos, las personas jubiladas
simplemente son consideradas, en su conjunto, como un almacén de votos: Desde
los ayuntamientos se les ofrece, como principal ocupación, el estar ante “el
tapete reclinado”, que dejó escrito Machado y, desde el Gobierno, los viajes
del IMSERSO, todo ello, bañado con un tinte de política-clientelar. Con estas
políticas, esta sociedad desaprovecha infinidad de saberes y experiencias
acumuladas en la vida de nuestros mayores, al basarse en ese vacuo sentido o
creencia de la “modernidad”.
No se pueden poner puertas al campo, la
sociedad, como órgano vivo, pare sus propias alternativas. El parto ha sido el
adecuado y en el momento oportuno: Ha llegado una nueva generación
de mayores que han levantado el grito. Estos nuevos jubilados y jubiladas se
niegan a ser parte de esa almacén de votos, ni a reclinarse ante el verde
tapete, exigen sus derechos, su sitio, su espacio en la sociedad.
Como los viejos consejos de ancianos,
vienen a recordarnos y a empujar con sus acciones, el sentido de dignidad y
derechos que, a esta sociedad, día a día la van arrebatando: derechos sociales
y políticos como la sanidad, la enseñanza, las pensiones, el trabajo, los
cuidados… y que, para llevar a cabo y mantener estos robos, los gobiernos se
dotan y arman con leyes, como la Ley Mordaza y las reformas laborales, con las
cuales sumergen al ciudadano en miedos e indefensión.
Es de agradecer el trabajo que estas nuevas
generaciones de mayores están llevando a cabo, y del medio organizativo del que
se han dotado: la Coordinadora Estatal de Pensionistas (COESPE), es más, este
agradecimiento sube de tono al comprobar la actitud y el ideario de estas
jubiladas y jubilados: este colectivo no trabaja, ni lucha, ni se esfuerza por
sus propios intereses, en conversaciones con ellos, así me dicen: “Nosotros ya
tenemos la vida hecha, luchamos por los que vienen detrás, por las nuevas
generaciones.
En estos tiempos que corren, encontrarse
con gentes que te hablan desde sus entrañas con esa normalidad, es una suerte,
es un toparse con un asidero necesario que te permite y estimula el seguir
creyendo en el género humano, en la convicción de que otro mundo es posible.
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