miércoles, octubre 19, 2022

CIEN NÚMEROS DE PERDIGONADAS Y SIGUE BUSCANDO CAMINOS

 RUFINO HERNÁNDEZ

 

Llegó la numeración mítica. La revista El Perdigón, como cualquier otro ser vivo, celebra su onomástica. Cien números de perdigonadas derramadas en tiempos abruptos y a contracorriente. Un número cien, dónde un maduro Perdigón se nos presenta ataviado con sus mejores galas y colores, poniendo una nota de creatividad, superando las fatigas del camino.

 

Son veredas tortuosas y en barrera, por las que tiene que transitar cualquier actividad cultural que tenga la osadía de aparecer en este páramo mesetario. El frío burgalés se une al abandono y conservadurismo de sus instituciones,  abriendo barreras infranqueables con la cultura popular, con la opinión crítica que nace en las calles, en las plazas y barrios de los  pueblos y ciudades.

 

Desde el  Ayuntamiento de Burgos han hecho desaparecer el Consejo de Cultura, lo que refleja la importancia que dan a este sector. A pesar de este desinterés de las instituciones, siguen apareciendo grupos de aficionados procedentes de los mundos de las artes escénicas, de las letras, de la música..., pero pocos de ellos se perpetúan.  Desaparecen por la falta de recursos que el Ayuntamiento no les proporciona, a pesar de tener medios paralizados o  mal utilizados.

 

Durante estos  últimos años, el principal problema que preocupa en la Consejería de Cultura y en el resto del Gobierno del Ayuntamiento, es el encontrar el lugar en donde instalar las barracas, el facilitar las actividades de las peñas, y el cómo pagar los dineros que deben a las diferentes  asociaciones de los barrios.

 

Otra ventana por la que vemos su desidia, es su forma de confeccionar los programas de las fiestas de la ciudad: recurren a alguna figura de renombre, buscando popularidad y  votos,  y a los artistas locales se les aparta y olvida, dejando que se pierdan talentos vecinales importantes, perdiendo, de esta manera, la oportunidad de enriquecer el tejido cultural de la ciudad. No comprenden que es imposible llevar a cabo cualquier  programa de progreso si éste  no va acompañado de un programa cultural que nazca desde la base, más allá del espectáculo, y el comercio que proporciona.

 

En el mundo del deporte pasa lo mismo, hay toda clase de apoyos para los clubs profesionales, aunque  estén constituidos como sociedades anónimas,  mientras que el deporte base, se encuentra olvidado. Recientemente han querido privatizar cuatro polideportivos,  teniendo que  cambiar de opinión, gracias a la contestación social, pero la intencionalidad perdura.

 

En este desamparo y desprotección de la cultura popular en esta ciudad de Burgos, viene a unirse el adiós de El Perdigón. Es un adiós natural como el de cualquier otro ciclo vital. Atrás quedan, además de los cien  números de perdigonadas, un importante número de actos culturales y solidarios, más de media docena de libros editados y  muchos amigos que perduran y, cómo no, también  algunos enemigos que,  como la memoria es corta y flexible, pienso que el tiempo ayudará a que olviden sus odios, cabreos y rencores. A mí, por la parte que me corresponde, si es que en algo he faltado, pido disculpas.

 

En el número anterior contaba que, como burgalés de adopción que soy, El Perdigón para mí ha sido como una tarjeta de visita, que me ha servido para que me abrieran puertas, para  entablar debates dialécticos. Me ha obligado a leer y a mejorar mi escritura. Durante estos trece años, en los que he tenido la suerte de participar, he visto a un Perdigón que, a pesar de su modestia, ha sabido desarrollar la habilidad  suficiente que le ha permitido penetrar en despachos institucionales, eclesiales y empresariales, sin necesidad de morderse los labios, llevando como carta de presentación su descaro y su verdad.

 

¿Y, después de ahora, qué? ¿Borrón y cuenta nueva? ¿Sentarnos frente al espejo, contemplando la historia de nuestros aciertos y de nuestros fracasos? Las preguntas se multiplican, las respuestas no aparecen. Llega el momento de bajarse de los sueños y aceptar la realidad, a nadie le gusta la palabra adiós. La incertidumbre nos mira impertérrita a la cara, pero no sale al encuentro. Siempre queda la duda, la duda de la esperanza, nunca desaparecen los sueños.

 

Sumido en este mar de confusiones, encuentro amenazas por diferentes bocacalles, odios, recortes, y gentes que se venden. Escucho las voces de  los cuerpos que se desangran en las concertinas, y los suspiros de los que se ahogan en los mares. Siento los quejidos de la  Pachamama, no puede soportar más infamias de estos hijos que mantiene en su seno. Su paciencia se agota, responderá atrapándonos con volcanes y tsunamis y nos asfixiarán los vientos envenenados.

 

Me desaté de mi pesadilla. Di unos largos y rápidos pasos por el salón. Me acerqué a la ventana, respiré hondo y, en el mismo acto reflejo, me di media vuelta dando dos manotazos en la mesa del escritorio. No podemos permanecer callados, me dije, nuestro granito de arena lo tenemos que convertir en bola de nieve. Hemos de sacar a las gentes derrotadas que  mal viven en las papeleras, ofreciéndoles el relevo. Hemos de salir a las calles y a las plazas para buscar gentes cansadas, para sumar experiencias. Hemos de buscar los despojos de esta guerra sin cuartel, para perseguir amaneceres.

 

Ninguna consejería y ninguna alcaldía puede detener la cultura. La creatividad, el cambio, el progreso y la humanidad están en sus genes.

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